Me gustaría comenzar esta entrada dándoos mil
gracias por todos los mensajes de ánimo y de preocupación que he recibido en
este tiempo que llevo sin escribir. Está siendo un verano muy difícil para
vuestra mitoguerrera lleno de médicos, ingresos hospitalarios, tragedias
familiares, pero también de solidaridad y dicha. Poco a poco os iré contando. Empezaré
por la parte más importante, la que ocupa mi corazón, mi mente y mi alma.
Hoy hace justo un mes que mi precioso galgo
Apolo falleció, y parece que haya pasado una eternidad. Apolo llegó a casa como
una acogida el verano de 2014 desde el refugio Galgos en Familia. Su estado era
lamentable, pero no fue eso lo que me conmovió de él, sino la fuerte conexión
que tuvimos desde el principio con tan solo mirarnos, pues su mirada era tan
profunda y clara que era capaz de contarte toda una vida de sufrimiento.
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Apolo al poco de ser rescatado de una muerte segura |
Apolo estaba reservado para irse con una familia de Bélgica, pero
estas personas cuando conocieron la gravedad de su estado, le cerraron sus
puertas de su casa, pero no importó, pues las nuestras hacía mucho tiempo que estaban
abiertas pasara lo que pasase. Mi Apolo también era un enfermo crónico, padecía
una enfermedad cruel e incurable, la leishmaniosis, insuficiencia renal y una
pata que necesitaba operarla, entre otras cosas. Mi pequeño grandullón, con
solo 4 años, tenía una esperanza de vida de 2 meses, pero no fue así.

Lo que he sentido y siempre sentiré por mi
galguito, antes tratado como un deshecho de cazadores de la peor calaña, ha sido
pura devoción, pues jamás he conocido a un ser tan puro y noble como lo era él.
Junto a sus hermanos Apple y Toky, que llevan muchos años conmigo, se
convirtieron en la mejor terapia que un enfermo crónico puede tener.
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Apolo, Apple y Toky |
Apolo sentía lo que yo sentía, era capaz de
predecir mis crisis y me defendía a capa y espada incluso de sus seres
queridos. Tengo mil anécdotas que contar de él, pero destacaré el día que
empecé a convulsionar y me quedé hipotónica y queriendo ayudar, una amiga trató
de darme agua, a lo que él respondió poniéndose encima sacando los dientes.
¿Cómo podía saber mi perrito que podía ahogarme? Pura intuición.
En otra ocasión yo me sentía mal y estaba en
la azotea y no se separaba de mi vera, caí hipotónica y Apolo amortiguó el golpe,
no me di en la cabeza, porque él con sus 36 kilos pudo evitarlo y no se movió
hasta que llegó mi marido y pudo
llevarme.

Mi pequeño se fue lleno de amor dormidito
entre los brazos de sus papis, hasta el último momento tuvo fuerzas para mover
su rabito y mirarme profundamente para decirme que todo estaba bien, pues sé
que me está esperando feliz, libre de
enfermedades y lleno de energía a escuchar mi llamada, correr eufórico hacia mí
y ya nunca separarnos.
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Uno de nuestros últimos abrazos y besos |
Sé que a muchas personas no le gustan los
animales, pero son tantos los beneficios que nos dan a los enfermos crónicos
que lo recomiendo al 100%. Está más que demostrado que ayudan a mejorar el
estado de ánimo, son una gran compañía y hacen que las personas enfermas sean
más felices y se sientan más queridas todos los días.
Ha sido tanto lo que nos ha dado que a las
dos semanas de su ida, llego Nobu a nuestro hogar. Junto a Apple y Toky, mi
cachorrito de galgo, salido de una cruel perrera, está siendo el mejor bálsamo
para nuestras heridas con sus cariños y travesuras, incluso para ellos dos que
todavía siguen pendientes a la puerta cuando nos vamos por si volvemos con su
hermano. El azar quiso que llegara justo el mismo día que 2 años antes Apolo
llegó, por lo que mi corazón me dice que desde el cielo mi niño sigue cuidando
de su madre.
Me despido todavía muy triste pero contenta
de haber compartido esta gran parte de mi vida con vosotros, que sabéis lo que
es la soledad del incomprendido y muchos tenéis la suerte de tener a vuestro
lado un alma tan pura como es la de un perro.
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